Tenemos un solo corazón, que bombea constantemente miles de
sentimientos. Un solo corazón que puede sentirse triste y contento a la vez. Un
corazón que a veces dormimos por miedo, y que a veces compartimos aunque
después tengamos que coserlo. Un corazón que a veces calla demasiado, que no
sabe enfrentarse a lo que le ocurre. Un corazón que, cuando interviene la
cabeza, se queda de actor secundario. El corazón sufre, se alegra, se alborota,
se esconde, se para, llora, se confía… Pero no se mantiene indiferente, no
podemos conservarlo intacto. Pedacitos de él que una vez regalamos y que ya no
sabemos donde están, acelerones de pulso que ya no podemos sentir aunque
queramos, paradas de infarto que nos sirvieron para empezar a amar… A veces es
necesario meterlo en cama, descansarlo, dejar que la cabeza tome su puesto,
para que se rehabilite y que nos pueda seguir en el camino que decidamos coger
esa vez, aunque lo volvamos a lastimar. Pero también a veces necesitamos de
otro corazón que nos ayude, que lo mime y que sepa ponerlo en pie. Yo lo
necesito.
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