jueves, 27 de marzo de 2014

Escenarios vacios

Cuando a penas tenía 8 años mi meta era que el aquel cajón de arena donde jugaba se transformara en la arena de los desiertos de Egipto, tener un gorro y unas bermudas de color beige y desenterrar tantos tesoros como pudiera con el fin de saber más de los que, antes que yo, pisaron aquel lugar. Cuando cumplí los 12 y soplé las velas de mi tarta mi deseo fue ser médico, para complementar mi idea anterior, y además de conocer cómo y quién había habitado lo que yo antes, descubrir porqué se habían ido o al menos consolar el dolor de mis muñecas de trapo cuando se ponían enfermas. Cuando tuve 16 años pensé que estudiar era una perdida de tiempo, cuando podría estar trabajando y ganando algo de dinero para poder irme de casa a los 18, al fin y al cabo tendría la libertad por la que se supone que sería considerada como adulto. Cuando por fin tuve los 18 seguí estudiando hasta los 24.
Cuando quería ser arqueologa pensé que con 24 años ya, toda una adulta, mi vida estaría más que resuelta, y como añoro aquel recuerdo, porque ni siquiera hoy con la ayuda de la imaginación puedo soñar con un puesto de trabajo.
Esto, lo de hoy, es más que una situación difícil en un país, se trata de nosotros, de ti y de mi. No solo de números, estadísticas y perfiles, sino más bien de personas, vidas y supervivencia. 
Cada día recorro cada rincón de mi ciudad, algunos varias veces, con el único pensamiento de sentirme útil, ya sea repartiendo mi vida en papel o enviándola a través de email. A veces pienso en los que fueron compañeros de libros, que ahora se encuentran repartidos alrededor del mundo entero y me gustaría ser tan valientes como ellos. Llenar una maleta con todo lo que quepa en ella y montarme en un avión, da igual el destino, pero no puedo. Y aunque pienso que ellos son valientes, creo que yo lo soy aún más; aún tengo en mi cabeza la idea de poder cambiar la utopía de un trabajo por una realidad, aunque sé que si no llega pronto me cansaré de inventar y añorar lo que nunca ha sucedido. 
Lo que más me asusta de manera estrepitosa no es la situación, ni tampoco el paro, ni la corrupción de este país, ni tampoco los recortes, ni quedarme sin sanidad. Lo que más me asusta somos nosotros. Sí, nosotros, impasibles ante todo, acatando sin rechistar, o más bien rechistando desde nuestro sofá. No están gobernando un país, nos gobiernan a nosotros, deciden en nuestros trocitos de vida, en quien va o no a la universidad en base al salario que reciban tus padres (si tienes dinero no hay problema) y a la beca que estimen oportuna darte o no. Deciden si vives una jubilación a la altura de lo que has trabajado, o si por el contrario eres uno de esos afortunados a los que le van a recortar en la pensión. También decidirán cuando tendremos que ponernos enfermos, porque quizás te venga muy mal acatarrarte a final de mes, es mejor hacerlo a principios que es cuando recibimos la nómina llena de deducciones sociales, sí, sí, esa en la que te retienen para la seguridad social, o si te encuentras en mi situación por favor no te pongas malo.
Lo que quiero decir es que el que calla otorga, y que la pasividad sólo nos hará débiles ante los que nos creen sólo porcentajes. Tenemos vida, aún la tenemos, luchemos por ella, no sólo por la tuya y por la mía, sino por los que antes que nosotros lucharon por lo que creían justo; se lo merecen y nos lo merecemos.
Cada día luchamos por hacer de nuestra vida un escenario, verde, con niños, sin niños, enamorados, alegres, siendo empresarios, amas de casa, felices o simplemente con el consuelo de ser nosotros mismos. Podemos llenarlos, solo necesitamos voluntad y fe en nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario