Le encantaba fantasear, sacar de paseo la ilusión de vez en
cuando e imaginar cómo sería su casa, de color pintaría la pared, como sería la
cocina o si poner alfombra en el salón. Tenía la cabeza llena de ideas, tantas
como su mente le derajara dibujar. Pero al final del día, mientras se contaban
el uno al otro lo mucho que se querían, se dio cuenta que su hogar estaría donde
él le llevara, su cocina sería su boca, su alfombra su pecho, el color de la
pared sus ojos y su sofá su hombro. Sólo importaba que en aquellas ideas nunca
faltara su presencia.
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